Durante más de tres décadas, una lorita frentiamarilla vivió confinada en una jaula dentro de una vivienda particular, sin la posibilidad de volar, escalar o desarrollar las conductas propias de su especie. Este caso, registrado en Colombia, ha sido documentado por el Centro de Atención, Valoración y Rehabilitación de Fauna Silvestre (CAVR), y evidencia las consecuencias graves e irreversibles que conlleva la tenencia doméstica de animales silvestres.
El ejemplar, perteneciente a una especie protegida por la legislación ambiental colombiana y originaria de los bosques tropicales de América, fue mantenido como mascota bajo la creencia errónea de que su cuidado en el hogar era una forma válida de convivencia con la fauna. Sin embargo, su historia refleja una realidad completamente opuesta: la privación de libertad durante 32 años dejó secuelas físicas y emocionales profundas.
Al ser entregada voluntariamente al CAVR, el estado de salud de la lorita era alarmante. Su pico se encontraba severamente deformado, lo que dificultaba su alimentación. Las uñas, excesivamente largas, comprometían su equilibrio y movilidad, mientras que el prolongado encierro había provocado un cuadro de dolor crónico en sus patas. Según los especialistas, estos daños fueron consecuencia directa de décadas sin estimulación ni contacto con un ambiente natural.
El equipo médico veterinario del CAVR inició un proceso de evaluación y tratamiento para estabilizar al ave y proporcionarle calidad de vida dentro de las posibilidades. No obstante, el tiempo prolongado en condiciones inadecuadas había dejado una marca irreversible en su salud y comportamiento, impidiendo una rehabilitación total y descartando la posibilidad de reintroducirla en su hábitat.
A través de este caso, el CAVR hizo un llamado urgente a la conciencia ciudadana sobre la importancia de respetar a los animales silvestres en su entorno natural. Subrayaron que los loros, por más sociables que parezcan, no deben ser tratados como mascotas. Su captura, tenencia y comercialización están prohibidas por la ley, y lejos de beneficiarlos, el cautiverio afecta gravemente su bienestar físico y emocional.
Además, recordaron que proteger la fauna silvestre no sólo es un deber ético, sino una responsabilidad ambiental crucial para el equilibrio de los ecosistemas. “El verdadero amor por los animales no se expresa encerrándolos o domesticándolos, sino garantizando su libertad y protegiendo los hábitats donde naturalmente pertenecen”, expresó uno de los representantes del centro.
Este caso, lamentablemente, es solo uno de muchos que ilustran los efectos devastadores del tráfico ilegal y la apropiación indebida de animales silvestres. Las autoridades y organizaciones de conservación continúan haciendo un llamado a denunciar estos casos y promover una cultura de respeto y protección hacia todas las especies que habitan nuestro planeta.