Comprar una motocicleta, ya sea para ti o para un hijo, puede ser un momento de orgullo y emoción. Es símbolo de libertad, independencia y aventura. Pero también implica una gran responsabilidad, una que muchas veces se subestima hasta que es demasiado tarde.
«Una moto no perdona errores». Esta frase puede sonar dura, pero refleja la cruda realidad de quienes todos los días enfrentan los riesgos del asfalto. No basta con entregar las llaves y confiar. Es indispensable hablar, educar, advertir.
Cada vez que un joven enciende su motocicleta, pone en juego su vida. Y detrás de cada casco hay una familia entera que espera su regreso. No se trata de infundir miedo, sino conciencia.
Hay padres que han entregado con orgullo las llaves… y luego han tenido que entregar una flor. Madres que han abrazado con emoción la nueva etapa de sus hijos, y después han quedado abrazando una chaqueta vacía.
Por eso, si ya le diste la moto, ahora dale lo más importante: una conversación sincera. Que entienda que el respeto por las señales, por los límites y por los otros conductores no es opcional. Que no se sienta invencible. Que sepa que, más allá de la adrenalina, hay un hogar esperándolo.
Una moto puede ser una bendición… o una cruz. Todo depende de cómo se use. Porque amar también es advertir.